Me siento gris en esta mañana de invierno arrasada por el sol
Pasan lentas las horas, en mi pared duerme el reloj
Pareciera que de pronto llovieran alas de ceniza
Que se secarán los cantos y se agostaran las risas
¿Qué ha de crecer en este páramo violento?
¿En este río impetuoso de sangre sediento?
Todas nuestras penas se han helado en el pecho
Ya no sabemos llorar, somos piedras
afiladas laceradas por el viento
larga será y oscura nuestra agonía
Una espera interminable del ocaso
Que quizá no llegue porque el paso
De la muerte se ha vuelto cansado
¿A dónde se fue la esperanza?
¿A dónde los amaneceres?
El último hombre no recuerda nada
Ni el propósito ni el ser de la palabra
A sus pies yacen los restos de un pasado
Con mil nombres inscritos en muros derruídos
Y con su último aliento lanza un grito
Que es plegaría elevada como un rito
Dirigido a los dioses derrumbados
Nadie será testigo de este acto final
Salvo un ave que posada en una rama
Por mero capricho se ha lanzado a cantar.

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